16/09/2007

Acá todo es oscuro; bueno, la ventana es gris y el resto está oscuro. Yo no sé porque sólo veo la ventana gris y el resto de las cosas no, si es que hay un resto de las cosas. A veces me parece que no es ni de día ni de noche, el tiempo de un recuerdo; como cuando vos ves en tu memoria a tu papá o a tu abuelita y no te acordás si salía el sol o llevabas bufanda. En este lado todo es frío, será por lo oscuro o porque no sé cuándo fue la última vez que comí bien, eso me da frío. A veces todo es muy claro, por ejemplo ahora entiendo porqué me decían que comiera, tantas veces. Mi abuela siempre me decía: “coma, coma m’hijito para que esté sano”. Miráme ahora abuela, mirá lo sano que está tu nieto. Todo un fortachón de siete luchas.
No sé si el tiempo ha influido en el color de la ventana o simplemente estaba así cuando llegué. A veces me parece ver una estela de luz, mínima quiero decir, que toca la punta del colchón y lo dibuja; pero claro, yo ya sabía que el colchón estaba aquí, en él me acuesto, en él reposan las llagas que me dejan. ¿Qué me dejan? Si no me dejan ni el bigote acá, no dejan ni las heridas, no dejan las cicatrices y por eso es que no me acuerdo si estoy hace un día o diez o cien. Quién sabe cuántos, uno se olvida de contar ¿sabés? Uno se olvida si es de carne o de espuma, uno se olvida de los colores; menos del gris. El gris es el color de la ventana, de lo vedado y de la esperanza.
En este todo oscuro huele a gris y ácaro, el ácaro que debe ser igual a la ventana; gris. Como el color del olvido entre las ventanas grandes de pueblos viejos. A veces tengo suerte y huelo rosado, huelo a bicicleta nueva, a chicle morazul. Es la memoria que traiciona. La memoria debería protegernos, pero nos hunde; es nuestra enemiga y en condiciones así es mejor morirse del olvido que vivirse del recuerdo. Por el recuerdo uno se la juega toda, se hace acabar los dientes, se golpea, se agita, se pierde el aire, la piel, los ojos. Así es el recuerdo, el recuerdo duele en el fondo, como cuando se vive y se hacen recuerdos nuevos, que uno sabe, que van a doler hondo. Hondo como este olor a ácaro gris que deja de oler en las mañanas cuando ya somos uno, el olor y yo. Hondo como el pelear de mis olvidos diarios, de mis monólogos cerebrales peleando contra el recuerdo.
No sabés cómo es esto y si lo supieras seguro no aguantabas, uno no aguanta nada, por eso se muere. Ahí es cuando empieza la lucha, porque uno se muere y ya no te pegan para que cantés una melodía de Mozart o para que aventés platos mientras otros disparan. Te pegan para que revivas, para que sintás que hacés algo, para que sintás que te recuperás y – esto sí que lo hacés – te aferrás a la vida; pero igual callás. Te callás como nos callamos todos, con miedo, con violencia.
No, definitivamente no sabés cómo es esto y no lo vas a saber, porque no es algo que se cuente como lo gris que está el cuarto. El verdadero problema que se debe contar es el acústico. La música que tiene lo oscuro y lo gris es espantosa. Todo el tiempo chin, chin, violines y gaitas en una mezcla que te dan ganas de arrancarte la piel con la ventana gris. Luego viene el solo de trompeta y ahí te calmás, pero da miedo, da un miedo de muerte, si vieras. Esto siempre ocurre mientras se va el olor a ácaro. Es raro que recuerde esto porque empecé a describir para no recordar y ahora sólo sigo pensando en vos y me da miedo. Me da mucho miedo que un día te levantés y estés acá conmigo, todavía con vida o totalmente inerte. En cualquiera de los dos casos lloraría mucho. Trato de no acordarme de vos, trato de borrarte así como uno borra las malas notas en la escuela y los golpes y los rayones en los pupitres. Todo eso uno lo borra y parece increíble. Ya no queda mucho tiempo, siempre me duermo en el tercer cuarto de cualquier hora.
Ya no sé ni qué día es ¿te había dicho? Para mí es cualquiera, uno bien frío y oscuro, eso sí. Dista mucho de estar sentado con un buen café leyendo o simplemente estar escuchando la música que uno quisiera y no estos violines con solos de trompeta. Da mucho miedo. A veces en el contrapunto de la gaita, justo antes de acabar con la trompeta, me parece que la ventana cambia de color y todo se vuelve un poco más verde. Como si me estuviera gritando que allá afuera hay un bosque o un diseñador de moda. Cualquiera de los dos me vendría bien, al menos me dirían que estoy vivo; aunque seguro que uno no se aguantaría las ganas de decirme lo feo que sigo siendo.
Acá el tiempo se detiene, pero afuera sigue, así como cuando uno cierra los ojos pero igual sabe que en el otro lado del mundo nadie te nota, igual a éste lado del mundo. Todo igual de ajeno, todo igual de triste, como la canción del olor a sueño. Es como una bandada de pájaros, así inicia, no sé bien a qué hora es. Cuando cierro los ojos, o creo que los cierro porque todo sigue igual de oscuro, puedo oír cómo los pájaros dejan a su paso una marcha constante, luego vienen numerosas repeticiones de un fusil, posiblemente afinado en Si bemol, que es la afinación más normal de estos instrumentos. A veces estoy lúcido y puedo escuchar con atención que el intérprete desafina un poco; entonces abro los ojos. Todo sigue igual oscuro, la estelita de luz dibuja un pedazo del colchón; el colchón se parece terriblemente a los violines y a la gaita cuando me despierto por las repeticiones del fusil. Para poderme dormir trato de entender al intérprete con su desafinación. No lo culpo: todo el mundo tiene demasiado miedo acá.

Daniel.

10/09/2007

Pajariperros

El frío del sol en la mañana deja un hastíasco que se borravanece con el silvicanto de los pajariperros enciparados en los electricables. Estotro sucepasa sobre todo los trisdías que terminan en ocho, lunocho, martocho, miercolocho; el problema siempre será el juevocho. Los juevochos siempre llamafonéa Androcho y me invitavamos al cerbillarveza, siempre me asustoasómbro mientras lerdocamino y pasocorro el caminocalle. Cuando por fin llegamos al cerbillarveza, después de pasar por la restaurantería y el ferreterante, yo pidodame un tacarrillo y Androcho pide un guanponemano y comempezámos a jugablar mientras prestocorre el tiempocho. Desluego de una horacha y siete minurrillos decireímos y corriescapamos. A vesiempre pagamos, avenunca no. El asuntodo variadepende de nuestro humánimo ahoravariable, aburrialegre y mediatisolo.
Ya caminoche a mi cahogarsa me entrisdeprimo cuando casimiveo esos pajariperros y sus señójaras oblicaminandolos encimadentro del pavigris. Sientriste me pregunto y sé que no alcanzasomos más que un duomontón de pajariperros pegarrados a vil-otros señójeres realvileños, con disparotros politombres y apellicidos.

Daniel.