26/02/2009

Alguien como yo

Siempre le dije que nos jugáramos la vida, que esto no duraba, que nos dijéramos todo sin palabras, que viéramos desaparecer la luna con el sol, que dejáramos de alargar la historia… y hoy de eso no hay nada. Sin embargo, sé que algún día se lo dije, aunque ella no esté conmigo y yo no esté más dispuesto. Hoy sigue la rutina de la vida: música por no estar solo, limpiar las cenizas en la mañana, la mejor loción cualquier día y no dormir bien porque nadie me desea las buenas noches.

Aunque ahora esté solo y la rutina de la vida me aplaste entre semana, las mismas pesadillas que antes me curaban con un café y un chiste, hoy se van gritándole al miedo, sin café y sin chistes, porque el miedo no entiende mucho de café. Ahora mismo son las cinco de la mañana, hice un esfuerzo por acostarme a la media noche pero no pude dormir más, las pesadillas no saben de chistes. Sé que pronto darán las seis y saldrá el sol y ya no tendré más ganas de taparme con la cobija y mirar rápidamente hacia afuera. Muy seguramente así sea, aún me queda una hora para aprovechar, para –quizá– contarle un chiste al miedo e invitarlo a que nos hagamos amigos para así compartir el café.

No sé, pero creo fue muy tarde cuando le dije que nos jugáramos la vida, que no duraba más, que habláramos sin palabras, que viéramos el amanecer, que nos dejáramos… Creo que fue muy tarde hasta para decirle que nos dejáramos, fundamentalmente porque nuestros caminos no se cruzaron: ni mi vereda tocó su avenida, ni ella quiso andar entre la gente por no verle la cara. Yo siempre lo he hecho y por eso digo que yo soy una vereda, una acera, y que llevo gente en mis espaldas y que amo mirar hacia arriba para encontrarme con alguien que piensa que su vida no tiene sentido, para regalarle una moneda para él solo; una moneda siempre saca una sonrisa. No es como con el miedo, que si le regalo una moneda se carcajea y me tilda de loco, una vez me preguntó que a quién quería comprar.

A cualquier lector pudiera parecer que estoy meditabundo y taciturno, que la vida me pesa y que sólo quiero quejarme. Lo malo es que a cualquier lector no le quiero quitar esa idea de la cabeza: yo me desnudo y me entrego, tanto en las letras como en la vida y cuando me desnudo no trato de esconder la panza que siempre me sale. Sin embargo tengo la alocada esperanza que detrás de esta pantalla hay alguien que me sabe, hay alguien que me imagina contándole chistes al miedo, hay alguien que me amó u odió irremediablemente, hay alguien que también tiene miedos, alguien como yo.

Daniel.

7/02/2009

Variando

Me encontré esto dentro de los archivos, vamos a ver si matizamos un poco, no recuerdo ya cuando lo escribí, creo que el año pasado.

Tira a una hoguera mis sueños
y luego búrlate en un aquelarre
toma mi alma de concreto
y fundela en tí, que tengo hambre

No me ocupo de que mientas
ni de que huyas de mí desesperada
la noche toca a mi puerta
y sé que vuelves en madrugada

volví a nacer con tu propuesta
y el corazón me lo alzo a cuestas
cuando no te veo en mis días

muchos ni te han conocido,
pero para mí maga has sido
al pintar mi casa de alegría.

Daniel.

6/02/2009

Ya me lo dijeron tres veces

- ¡No puede ser hijueputa!, ¿otra vez?

Carajo, ¿lo dije en voz alta? Sí, efectivamente lo dije en voz alta, esa señora que iba delante de mí volteó y me miró con esa típica cara de compasión e intolerancia. Después de comprobar que no me había sonrojado, ni había cambiado el ritmo de mi andar, volví a mirar hacia atrás.

Este siempre es el problema de cuando uno sale tarde de la casa. En principio uno no llama a un taxi porque se va a demorar demasiado y ese tiempo es oro para uno llegar no tan tarde, entonces uno comienza a caminar dirigiéndose al objetivo por una calle donde le das la espalda a los carros, es decir que los carros van para donde uno va. Es tan sólo ponerse a andar para comenzar a mirar sistemáticamente hacia atrás para tratar de anticiparse a la venida de un taxi, pero aquí pasan dos cosas que odio. La primera es que atrás de mí haya alguien, si es una mujer es aceptable, porque piensa que yo la miro porque es linda, aunque de todos modos ni la vaya a conocer y ella crea que estoy desesperado por irme detrás de su falda –a quitársela–; pero si es un hombre, o un grupo de hombres, es un tanto incómodo, vos te imaginás. Ya bien, si no hay nadie lo que pasa puede sacar de quicio al más cuerdo, al más equilibrado: siempre que uno deja de mirar sistemáticamente hacia atrás, pasa rápido un taxi desocupado y uno se lamenta y vuelve a mirar hacia atrás cada veinte segundos. Por el contrario si vos te decidís parar a esperar el taxi, este nunca pasa y llegás más tarde aún al destino.

Para nada sano, bueno, esto es para nada sano para los que no tenemos carro y vamos por la vida caminando cual si nos gustara hacer ejercicio y estar en forma. La verdad es que a mí siempre me importo cinco estar en forma, yo siempre pensé que yo estaba en forma: en forma de oso. Pero las enfermedades me hicieron espabilar y hoy voy por la vida intentando caminar más, teniendo una vida más saludable y hasta desayunando con Yogurt –definiendo desayuno como la primera comida después de levantarse–. Es que ya me lo dijeron tres veces: al que madruga Dios lo ayuda. Yo creo que por eso es que creo en el Budismo, nunca aprendí a madrugar. Mi lógica fue sencilla: como no madrugo, Dios no me ayuda; si Dios no me ayuda, no tengo salud, ni dinero, ni amor; si no tengo salud, ni dinero, ni amor, trato de estornudar tres veces; como no logro estornudar tres veces y quiero salud, dinero y amor y Dios no me va a ayudar porque no madrugo, entonces mejor me convierto al Budismo.

Daniel.