26/08/2009

Un montón de miedos

Él, muy él mientras la mira en la distancia; él, muy ajeno mientras se mira en el espejo y piensa; él, muy él decidiendo escribirle a ella, muy ella, que sin él saberlo ha decidido esperarlo. Ella, muy ella mientras se deja invitar a mundos inhabitados, a castillos sin sirvientes, a casas sin puertas ni ventanas, a paraísos de piedra y cartón; ella, muy ella mientras lo piensa y se translada cuatrocientos, o cuatro mil, kilómetros para tocarle la punta de la nariz; ella, muy ella cuando por entre las comisuras de los labios, lo siente besarla. Así que él, muy él, toma papel y su bolígrafo y, dispuesto a invitarla a su vida le confiensa sus miedos mientras la tutea, escribiendo:
«¿Y qué pasa si te digo que necesito tu complicidad de las tardes?, ¿que para mantenerme atado a tus vuelos necesito de tus noches y los secretos que me confías después de hacer el amor?, ¿qué pasaría si doy el salto hacia tí de una vez por todas y tú lo aceptas?, ¿qué sería de nosotros si —de todos modos— no lo intentara?
El miedo es mutuo y también el deseo, el deseo de estar juntos, o de simplemente estar. Me llevas a un estado en el que disfruto estar, parece que en este estado habito desde que creaste el universo con tu risa y con él las colonias y los escritores que nos escribieron en todos los libros de la historia. Murguerita, ahora no sé qué pasaría si te digo que necesito de tu complicidad, de tus secretos, de la calidez de tus besos y de tu risa ¡Ah!, y sí que necesito de tu risa. Tu risa que, en resumen, eres tú y tus ganas de seguir a mi lado, eres tú y tus ganas de creerme, tus ganas de creer esto que nos pasa hoy.
No sé cómo decirte tantas cosas y, en parte o a veces, es porque no soy de fiar para tí y por eso hoy me rasco la cabeza y me siento hasta las seis de la mañana escribiéndote y esperándote en la salita de mi casa. Tal vez la vida me de un empujón y logres creerme para que todas estas palabras tengan sentido y para que tu compañía le de una tregua a mi salud y a mis ojeras».
Ella, muy él, lee y relee la carta donde la tutean y le confiensan un montón de miedos. Él, muy ella, se impacienta y el tiempo pasa lento, pero él, muy él, no sabe aprovecharlo de otra manera que pensándola y siendo feliz por los dos. Ellos, muy ellos y con sus dudas y con sus deseos de iniciar aventuras, historias y cuentos; ellos, muy ellos, perdiéndose en las letras y en la caricaturezca situación en la que la vida transcurre; ellos, muy ellos sin él, muy ellos sin ella; ellos, muy ellos, jugando a ser felices, mientras el frío les pasa de lado.

Daniel.

1/08/2009

De 22, de 50

Hoy me siento de 22 años por primera vez en mucho tiempo y tengo miedo y tengo energías y tengo dudas de hacia dónde voy. Hoy me siento de 22 años y lo triste de ser tan joven es que cuando encuentras una mujer y la amas de verdad, no le puedes expresar lo que realmente sientes, porque uno no comienza a escribir poesía cuando se enamora, así como tampoco comienza a ser sincero en las despedidas; uno es un proceso que gira, que va y regresa sin dirección aparente. Hoy me siento de 22 años y siento que no puedo escribir que la necesito de la manera en que realmente la necesito para que ella me llame y me diga que va a seguir desordenando mi vida en esa forma excepcional.

Las palabras de amor, las que se conocen, las he repetido una y otra vez encontrándolas maravillosas, tan precisas; pero hoy me saben rancias, no por haberse fermentado en la espera, sino por haber sido dichas por mí en otras ocasiones. Hoy me siento de 22 años y quiero que todo sea nuevo, que cuando te estreche la mano o te diga que te preparé el desayuno, suene a promesa; pero no sé cómo hacerlo, porque estoy joven y tengo dudas acerca de lo que podamos sentir.

Todo hace parte del mismo juego, y tú y yo estamos en él, y sólo hace falta una mirada para voltearme el mundo y rejuvenecernos y tirarnos en el sofá y hacer el amor en la hierba y reírnos hasta llorar y dejarnos. Tengo 22 años y tengo el mundo por delante, aunque piense por unos segundos que lo tengo por detrás, que todo lo he vivido, que nada nuevo va a cambiarme y ahora es que me siento de 50 años, recordando y echándote de menos, extrañando mis hijos, mis amigos, la nostalgia de lo que aún no conozco, mientras termino de escribir esto para ir a abrazarlos a todos. Lo bueno de sentirse viejo es que de repente todo es demasiado nuevo y no da miedo decirte te amo o escondámonos o juguemos a que no te conozco. Cuando te sientes viejo, siempre encuentras las palabras precisas que sirven como consejos tanto como caricias y nunca ofendes a nadie y todo estará bien en cinco minutos.

Daniel.