28/10/2009

Hubo un tiempo...

Hubo un tiempo en el que solía creer en cuentos con finales felices, con buenos que vencían malos y conquistaban princesas y no perdían el tiempo y no morían en vano. Hubo un tiempo en el que solía creer en la honestidad de las miradas en los bares, en los «te amo» con tufo a vino tinto, en los besos de mañana —qué buen detalle—, en que la resaca daba sólo los domingos. Hubo un tiempo en el que solía creer en las escondidas, en juegos, en besos robados, en miradas furtivas, en la hora del té e irse a la cama. Hubo un tiempo en el que solía creer en los desencuentros casuales, en las llamadas perdidas, en los amores a perpetuidad, en los finales con segundas partes. Hubo un tiempo en el que solía creer en el olor del whiskey, en los escritos que no van a ningún sitio, en las cenizas en ayunas. Hubo un tiempo en el que solía creer en besos comprados, en tiempos invertidos en relación a felicidades logradas, en tiquetes de entrada y de salida. Hubo un tiempo en el que solía creer en el Carpe Diem, en el dar sin recibir, en la realización del ser.

Ahora parece que hay un tiempo en el que creo en cuentos con felicidades logradas, con buenos que vencen resacas y princesas con miradas furtivas. En llamadas casuales y desencuentros a perpetuidad y segundas partes con vino tinto e irse a la cama. En el Carpe del ser, en el Diem con besos de mañana. En tiquetes robados y amores de entrada y de salida. En los juegos sin ceniza y en los escritos en ayunas.

Daniel.

15/10/2009

Dr. Corazón... Sobre seguir el protocólo del cortejo (o no)

¿No les ha pasado que están con su próxima pareja —que aún no sabe que lo será— y no saben concretamente si decir lo que están pensando? Porque, no nos mintamos, uno tiene demasiados pensamientos aleatorios que se contradicen aún mostrando lo que realmente se piensa, pensamientos que a veces no tienen sentido y que, incluso, llegan a cambiar de súbito el estado de ánimo. Por lo menos a mí me pasa todo el tiempo, incluso cuando no tengo la presión de tener que decir lo «correcto».

Así sucede cuando estoy con alguien, si empiezo a pensar en decirle que deberíamos irnos a bailar, termino diciéndole que qué jodida esa cicatriz que tiene, o de qué forma ridícula se ha popularizado el Facebook y por qué mi mala memoria afecta a las relaciones que tengo. Cosas que normalmente pasan en una conversación cualquiera, pero no en una primera conversación de la que depende nuestro éxito o fracaso rotundo con la/el especímen  —aunque en nuestro caso, el especímen siempre termina siendo uno mismo—. De modo que habrá que ponerse a analizar qué ventajas tiene seguir el protocólo del cortejo, contemplando cautelosamente las posibilidades que hay en caso de que el cortejo sea exitoso.

No voy a hablar de las conversaciones normales que se dan entre la gente común y corriente y que, con gran frecuencia, terminan en la cama. Voy a hablar, en cambio, de aquellas conversaciones que no tienen ni pies ni cabeza, de esas conversaciones tan complicadas que uno tiene que hacer una pregunta para saber si la otra persona aún se encuentra en la misma órbita que uno, de esas conversaciones en las que uno no sabe siquiera cómo terminarlas. Yo no soy muy devoto de este tipo de gente a la que hay que sacarle las palabras, pero confieso que en algún par de ocasiones no he tenido más remedio que entablar una especie de monólogo con ping (mis amigos informáticos sabrán de lo que hablo), sólo para terminar diez veces más aburrido y sin ganas de nada.

¿Qué nos dice el protocolo del cortejo? En primer lugar no hay que ser egocéntrico, pero tampoco sumiso; hay que tener carácter, pero ser dócil; hay que tener un buen sentido del humor, pero no ser un payaso; hay que contar un par de cosas interesantes, pero no ser un profesor; hay que saber escuchar, pero tampoco ser mudo; hay que ser romántico, pero no ser empalagoso; hay que ser intrigante, pero no ser un misterio; hay que ser enterado de la tecnología, pero no un nerd; hay que tener facebook, pero no usarlo; hay que ser caballero, pero no hacerla sentir inútil; hay que invitarla, pero dejar que pague lo que quiera; entre muchas otras cosas. En segundo lugar, en caso de que uno haya practicado a cabalidad estas normas básicas y que éstas hayan dado resultado —lo cual no sucede en un 85% de las veces—, la pareja aún no va a saber cómo es uno, ya que uno se ha ceñido al protocólo del cortejo inhabilitando que la espontaneidad fluya. De modo que no va a pasar mucho tiempo para que todo el trabajo se venga al suelo; aunque tal vez haya habido un buen sexo de por medio... al menos uno.

Claro que somos varios los que preferimos no seguir ningún protocólo y ahorrarnos los comentarios fáciles y rápidos que van interviniendo en dicho protocólo y que la mujer ya se debe saber de memoria. De modo que vamos por el mundo siendo un poco menos comúnes, bastante espontáneos, poco asimilables, tercos a más no poder y, en algunas ocasiones, un disparo de sinceridad en el oído ajeno. Uno puede ser más feliz de esta manera, digo sin seguir ningún protocólo, y aunque tal vez de esta forma se consigan menos mujeres que lo quieran llevar a la cama, las que se consiguen son de calidad Mega Premium.

Daniel.