3/12/2009

El Word no enseña a escribir

Lo digo y lo sostengo —sin mucha fuerza porque es liviano—: EL WORD NO ENSEÑA A ESCRIBIR. Ustedes estarán pensando, ¿pero qué pasó, de qué va esto? Y es que no es nada del otro mundo, sólo que estoy cansado de que la gente crea que el Word enseña a escribir.

El Word en cualquiera de sus presentaciones, más que todo en las que tienen licencia —es decir, no tanto el del Open Office—, es una excelente herramienta para los que se decidieron a juntar cinco neuronas y escribir tres párrafos llenos de errores de redacción, ortográficos, tipográficos y, en la mayoría de ellos, psicológicos. La maravilla de esta herramienta es que no hay que saberse las reglas ortográficas de nuestro hermoso y, cada vez más deteriorado, idioma, ya que el Word automáticamente te corrige si escribes mal alguna palabra. Verbigracia si se escribe «exito», Word lo corrige tan rápidamente por «éxito» que el que escribe no alcanza a notar que escribir «exito» fue un error. Sí, esto de la corrección automática es útil y práctico, yo no digo que no lo sea, siempre y cuando se conozca el lenguaje en cuestión; todos podemos equivocarnos y enviar el dedo a la tecla equivocada.

El problema es que, repito, WORD NO ENSEÑA A ESCRIBIR. En nuestro idioma hay palabras que suenan igual, pero por su forma de escribirse tienen distintos significados, las conocidas palabras homófonas. Así que «vaya» suena igual que «baya» y que «valla», pero ni el aviso publicitario, ni el arbusto de frutos, tienen algo que ver con la orden de ir hacia algún lugar —a menos que se diga «vaya hacia la baya que está al lado de la valla»—. Así tenemos a muchísima gente que nunca ha leído nada en su vida —cuando digo nada, me refiero a que en el mejor de los casos leen a sus iletrados amigos por messenger— y se disponen a escribir, hilando sus cinco neuronas, un par de párrafos. ¿Habrase visto alguna vez tantos errores ortográficos juntos? Hace poco tuve la extraña sensación de leer, vía facebook, la palabra «haci», queriéndose referir a «así»: tres errores ortográficos en una palabra que realmente tiene sólo tres letras me parece más estulticia que ignorancia. A este individuo el Word lo hubiera corregido, ya que «haci» es una de las palabras que se marcan como errores pero no se corrigen automáticamente. Aunque, no nos hagamos tantas esperanzas, es posible que el caballero en cuestión pensara que se trataba de un sustantivo y lo corrigiera como «Haci».

Ya está claro: el Word enseña tanto a escribir como la televisión nos hace crecer llenos de valores, exactamente igual. Ahora, sabiendo eso, ¿por qué la gente se empeña en escribir y escribir sin antes tomar un libro —o leerlo, en todo caso— y, como mínimo, tener una referencia literaria? Ya basta con eso, por favor. El lenguaje escrito es una copia del lenguaje oral y aunque yo conozca mucha gente que hablan mal pero tienen buenas ideas, el sólo hecho de oirlos hablar de esa manera, me desanima, me estresa y, con mi personalidad neurótica, me dedico a corregirle mentalmente los errores —no confundir con «corregirle los errores mentales»—. Por mi parte, estoy muy orgulloso de no cometer tantos errores como antes y poder decir a viva voz: ¡ke biban los ortográfia!

Daniel.

2/12/2009

Entrada con un año de retraso

Cada que viajo, procuro prestar toda la atención antes de sacar mi cámara y tomar dos o tres fotos, que con seguridad veré acompañado y alguna me sorprenderá por no recordar haberla tomado. Desde hace un año que me vengo diciendo que debo escribir acerca de la primera vez que conocí a Buenos Aires, en vez de guardarlo solamente para mí, así que aquí voy. Disculpas pido de antemano si falta claridad en los hechos, si mi viaje se hace estrecho, si me toma por las malas el recuerdo que no fue, si queriendo me despido y envejezco sin querer, si no alcanzan las palabras, el cigarro o el café.

Pisé el cielo de San Telmo, mordí de la Boca sus bragas —en la Bombonera dejé las pocas muchas agallas que le faltan a mi infierno—, mi reloj explotó en Palermo y perdí tres mil batallas. No me monté en el subte ni tome fotos de él, pero sí tangos canté frente a la foto de Gardel. Por la 9 de Julio olvidé la costumbre de regalar carcajadas y en Corrientes, a las patadas, reviví los sueños más lindos, hacer de escribir un oficio, con nicotina y cebada.

Las mentiras aprendí viendo la Casa Rosada, me senté en la desolada banca de Plaza de Mayo y vi cómo fueron los años llevándose por los caños al granero del mundo, mientras los argentinos en un sueño profundo seguían comiendo asado, tomando vino y puteando al destino —o da lo mismo: al presidente de turno—.

¿Y de Cortázar, y de Quino, y de Piazzolla? Constaté que hay que ser piola para ser bien recordado, los amores del pasado no vuelven si sigue el duelo, el amor no viene del quiero —vacío, con sabor a nada—, con humor se llena el alma, se tiran mejor los dados, se renuevan los cansados deseos de seguir vivos, sin reyes y sin castillos suena mejor «te amo».

Hace un año pasó todo y yo sigo recordando, como si pintara borrando,
que lloré en Plaza Dorrego viendo bailar un buen tango. Creo que no olvidaré que en Buenos Aires amé a las morochas de paso, las que cambiaban de un tajo corazones por salvamés. Me asusté al ver cómo pasaban las becarias con los artistas, y llevé de la mano turistas que no entendían una mierda, que se conmovían de Evita y su revolución de izquierda y creyendo en el castellano mezquino, no aprendieron tres palabras del buen lunfardo argentino.

Y yo alargando las noches, tirándome de los coches, vomitando los escritos, regando por Buenos Aires los amores malditos que me matan a reproches. Y yo haciéndome el vivo, el que todo lo ha vivido, el que si no gana empata y al que nada le ha dolido. Y yo sin cerrar este texto y mucho menos el viaje que ha agrandado mi equipaje eliminando pretextos, quitándole miedo al miedo de querer por no querer, guardando las viejas fotos, colándome entre los locos, siendo uno de los pocos que aman sin merecer, haciéndome mi suerte, burlándome de la muerte, recordando sus pisadas por si no la vuelvo a ver. 


Daniel.